Los niños de 4 años vivimos nuestras primeras amistades con intensidad. Un juguete compartido, una carcajada espontánea o un abrazo repentino bastan para crear vínculos que, aunque breves, son sinceros.
A esta edad, la impulsividad forma parte natural del desarrollo. A veces surgen enfados o desacuerdos, pero nosotros no guardamos rencor: en cuestión de minutos, volvemos a jugar como si nada hubiera pasado.
En el aula, las seños acompañamos estos momentos desde la calma, poniendo palabras a sus emociones, ayudándolos a entender qué sienten y por qué. A través de estas experiencias cotidianas, los niños aprenden a gestionar lo que les pasa por dentro, a ponerse en el lugar del otro y a reparar cuando algo duele. Pero todo esto es un camino que necesita tiempo.
Las fotos de esta semana reflejan estas relaciones espontáneas y cambiantes. Porque en cada juego compartido hay mucho más que diversión: hay crecimiento, aprendizaje y emoción.



